La sensibilidad artística de Gorka Larrañaga torna inadmisible considerarlo un artista estático. Se sopesa como una seria habilidad su capacidad para no limitarse a una estrategia o forma particular de producción, siendo su obra una constante búsqueda de soportes y técnicas, asociada a una reflexión sobre el sistema artístico en el que se desenvuelve.

 

   El territorio que actualmente habita parece haber ayudado en la configuración de su obra. El color, la fuerza, la intensidad, evidencian de una u otra manera la compleja ciudad en la que vive. Los recursos suelen verse igualmente afectados por el entorno: la superposición, el collage, la mezcla de diversos elementos, el conjunto de formas orgánicas, surgen como puntos de partida que llenan de significado y movimiento a varias de sus piezas.

 

   En el entendimiento que tiene de su propio trabajo, es indudable un cuestionamiento acerca de las condiciones de posibilidad de la imagen. Gorka Larrañaga hace evidente que el arte no es únicamente teoría, ni desde hace algún tiempo, exclusivamente la expresión material de emociones e intuiciones. Aquí lo físico ha vencido a lo conceptual sin restarle importancia. El espectador es capaz de leer las imágenes del artista sin necesidad de leer (este) texto, acción de un grado de complejidad que refleja el conocimiento de su oficio, siendo que aun con la existencia de un sustento que justifica cada pieza, este se pospone ante una técnica que habla por sí misma. De este modo, se observa una investigación de la corporeidad de la imagen y los límites físicos de la representación. Aparece la necesidad de preguntarse por la materialidad del medio mismo, y las posibilidades que brinda la materia en un mundo digital, regido por lo virtual, visible sólo a través de dispositivos tecnológicos.

 

   Así, Gabinete de curiosidades, aparece como el resultado de un trabajo procesual ocurrido en los últimos 10 años, secuencias de una labor cavilada, nacida de la experimentación e investigación.

 

 

Inés Maldonado